Espiritualidad laica.
La sociedad y el ser humano
han evolucionado más allá de las religiones y creencias. Por ello, y porque el
ser humano es espiritual por naturaleza, se hace necesario el cultivo de una
espiritualidad que tendremos que estructurar sin creencias, sin religiones, sin
dioses ni sumisiones, como una indagación laica y libre. De naturaleza
espirituales.
MARÍA JOSÉ FRÁPOLLI,
catedrática de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Granada.
Nuestra naturaleza es ser
espirituales. Nacemos a la especie contando ya con un depósito de tradición y
de conocimientos compartidos, facilitado por el uso del lenguaje, que nos
permite trascender las necesidades inmediatas. Somos cultura. Y a través de la
pertenencia a una sociedad desarrollamos la conciencia del yo. El interés por
dejar un legado en forma de obra científica o literaria o de descendencia
biológica, además del sentimiento religioso, se explica en parte por la
necesidad de trascendencia característica del reconocimiento de la propia
individualidad.
En la dialéctica con las
religiones, los laicos hemos cedido tanto terreno que ahora hablar de
espiritualidad laica parece un oxímoron. No obstante, gran parte de nuestra
actividad como seres humanos (los debates políticos e ideológicos, la
solidaridad, el disfrute del arte o del deporte, el desarrollo de la ciencia o
la creación artística) está basada en valores, creencias y expectativas que
trascienden el mundo físico. El cerebro humano es un maravilloso producto de la
evolución. Los humanos, así como la materia de la que estamos hechos y la
actividad racional sostenida por ella, somos parte de un mundo natural con
impresionantes logros espirituales. La Declaración Universal de los Derechos
Humanos, en el que uno de ellos, es espiritualidad laica en estado puro. Y
sabemos además que nunca lo sabremos todo. Es una falacia el intento de suplir
la ignorancia con hipótesis ad hoc. Ese procedimiento, si bien ofrece consuelo
ante el terror que produce el misterio, no nos acerca un ápice a la comprensión
de lo que somos.
Una trampa en la que caemos
al hablar de espiritualidad es suponer que la ética está vacía si no se
fundamenta en la creencia en un ser externo al individuo que dicta lo que es correcto.
Sin embargo, la ética que emana de nuestra conciencia de seres autónomos
representa un estadio superior en nuestro desarrollo como seres humanos. El
imperativo kantiano condensa la esencia de la racionalidad madura, que exige la
toma de decisiones y la asunción de sus consecuencias. Cuando colocamos fuera
de nosotros (en los padres, en la Conferencia Episcopal o en Dios) la fuente de
los valores, extendemos a toda la vida un comportamiento propio de la infancia.
Nada ganamos echando mano del pensamiento mítico y cerrando los ojos a nuestra
naturaleza como seres espirituales, responsables de nuestro destino individual
y colectivo, y capaces de conservar el asombro inquisitivo ante una realidad
complejísima que no necesita de la existencia de fantasmas.
Mariano Corbí. Director del
Centro de Estudio de las Tradiciones de Sabiduría (CETR)
Necesitamos con urgencia la
cualidad humana, la espiritualidad de nuestros antepasados, cuanto más honda
mejor, para gestionar sociedades de potentes ciencias y tecnologías, de lo
contrario se podrían volver contra nosotros, contra las especies vivientes y
contra el medio, como ya está ocurriendo. Durante miles de años la humanidad ha
tenido formas de vida estables basadas en el cultivo, la artesanía y el
comercio; los colectivos se coordinaban mediante la sumisión y la coerción.
Había cambios, pero no en lo fundamental. Los sistemas de interpretar la
realidad, valorarla, trabajar, organizarse y actuar fueron estables e
intocables. Estamos hablando de las sociedades preindustriales estáticas, con
variaciones en las formas pero con estructuras colectivas profundas idénticas.
Estos sistemas culturales bloqueaban los cambios que tuvieran repercusiones
serias en los sistemas de valores colectivos.
Durante esa larga etapa, la
espiritualidad tuvo que cultivarse en moldes estáticos, de sumisión y sin
excluir la coerción. En esa etapa las religiones fueron a la vez proyecto de
vida colectivo y medio para cultivar lo que nuestros antepasados llamaron
espiritualidad, en una antropología de cuerpo y espíritu, y que nosotros sin
esa antropología tendríamos que llamar cualidad humana. En sociedades estáticas
las creencias intocables fueron el medio de fijar los modos de vida y bloquear
los cambios que pudieran poner en riesgo el modo de vida colectivo. El papel de
la religión fue central en todas las culturas preindustriales.
La industrialización, donde
se impuso, fue creciendo y arrinconando los modos de vida preindustriales. Ese
crecimiento creó dificultades a las religiones. A finales del siglo XX e
inicios del XXI las formas de vida preindustrial, que excluían los cambios, son
ya residuales o casi desaparecidas en Occidente. Hemos entrado en un nuevo
sistema industrial que vive y prospera de la innovación continua de ciencias y
tecnologías en interacción mutua y, a través de ellas, de la innovación
constante de productos y servicios. Se vive un cambio acelerado que afecta a
todas nuestras formas culturales individual y colectivamente. Este nuevo tipo
de sociedades ha producido una gran ruptura con el pasado: nuestros antepasados
vivían bloqueando el cambio, nosotros del cambio constante. Usando una imagen
informática: nuestros mayores se programaron para bloquear el cambio, ese fue
el papel de las creencias intocables, nosotros para cambiar.
Los cambios afectan a todos
los niveles de nuestra vida: el crecimiento acelerado de las ciencias cambia
constantemente la interpretación de la realidad, las tecnologías cambian
continuamente nuestras formas de incidir en ella, nuestras formas de trabajar,
de organizarnos y, como consecuencia, nuestras formas de sentir y actuar. Todo
cambia continuamente. Las creencias religiosas y las laicas, deben ser
excluidas porque fijan. Si se han de excluir las creencias, no son posibles las
religiones como se vivieron en el pasado. Por la dinámica imparable e
inevitable de nuestros sistemas colectivos de sobrevivir nos vemos necesitados
a no tener creencias ni religiones.
Los proyectos de vida
individual y colectiva que las religiones nos proporcionaban en el pasado
resultan inadecuados e inviables. Hoy los proyectos de vida colectivos, en
continua transformación, los construimos nosotros mismos a nuestro propio
riesgo y apoyados en nuestra cualidad. El cultivo de la espiritualidad, de la
cualidad humana que fomentaban las religiones, tendremos que estructurarlo y
motivarlo sin creencias, sin religiones ni sumisiones, como una indagación
laica y libre individual y colectiva, pero heredando toda la sabiduría que
durante milenios acumularon las religiones y tradiciones espirituales de la
humanidad. En una sociedad globalizada, todas las religiones y tradiciones
espirituales ya son nuestras.
Las generaciones menores de
45 años ya están, en su gran mayoría, sin creencias, sin religiones y, lo que
es más grave, sin posibilidad de heredar y cultivar la gran sabiduría que nos
legaron nuestros antepasados. Empeñarse, como se está haciendo, en que cultiven
la cualidad humana a través de creencias, religiones y sumisiones es una tarea
imposible. Si no queremos que las nuevas generaciones y la humanidad de las
nuevas sociedades globales gestionen nuestros aparatos tecnocientíficos en
constante y acelerado crecimiento sin cualidad humana, habrá que habilitar
procedimientos para cultivar una cualidad humana, una espiritualidad, laica,
sin creencias, sin religiones y sin dioses, a la manera que los entendieron
nuestros mayores. Este es un desafío que no permite aplazamientos. Hay que
aprender a heredar el pasado sin tener que vivir como ellos; sería necedad
querer partir de cero. Una sociedad de conocimiento, sin cualidad humana es una
grave amenaza para el planeta.
Dice Hawking "Sobre el
origen del universo", el universo se creó de la nada. Es una creación
espontánea, que se explica por la propia existencia de la gravedad. La
imperfección está en el origen del universo
Dice Mukhanov "sobre la
teoría del todo, se pretende explicar el origen del universo sin necesidad de
un ser superior". Einstein también lo buscaba, nadie la ha encontrado, deberíamos
ser un poco más modestos.
En términos de teoría
física, las fluctuaciones cuánticas abren también la puerta a argumentar como
el universo surgió "de la nada". Antes del Big Bang no había ni
espacio ni tiempo, menos aún materia. Hawking se refiere a ello como una
minúscula y ultracaliente niebla de energía, y su existencia dice, se puede
explicar como un fenómeno cuántico (enunciable en términos de física aunque ni
siquiera imaginable para un profano en la materia). De momento Hawking y
Mukhanov han demostrado así la creación de las galaxias de nuestro universo.
Pero explicar la creación de todo, es decir del origen mismo de la niebla de
energía anterior al big bang o de otros universos, si los hubiera, no parece
que se pueda demostrar experimentalmente. Mukhanov prefiere no considerarlo
asunto científico y pide humildad a los científicos. Hawking, en cambio, afirma
que "Dios ya no es necesario". El mundo fue creado de la nada
absoluta.
En 1892, se recoge en la
autobiografía del Dr. Louis Pasteur, quien afirmaba que "un poco de
ciencia nos aparta de Dios. Mucha, nos aproxima a Él". Se podría afirmar
que nuestro protagonista hizo suyo aquel refrán que reza: "El mayor placer
de una persona inteligente es aparentar ser idiota delante de un idiota que
aparenta ser inteligente".
Datos extraídos de la
entrevista publicada en XL Semanal el 12 al 18 de Junio de 2016; -Ana Tagarro-.
¿Compete a la ciencia
demostrar la existencia divina?
Fe y razón. Los científicos
están divididos, y mientras unos se reconocen creyentes, otros piensan que Dios
es incompatible con la ciencia. Los dichos del físico Stephen W. Hawking sobre
Dios, avivaron la polémica. MÓNICA SALOMONE | EL PAÍS DE MADRID
Para muchos, los intentos
por trazar una frontera clara entre la ciencia y la religión estaban superados
porque la comunidad científica no se ocupaba de eventuales conflictos entre
ambos. Pero entonces llega el físico Stephen W. Hawking, escribe que no hace
falta Dios para explicar el Universo y se produce una tormenta mediática. ¿No
se consideraba este tema una prueba superada? .No.
Antes de decidirse a hacer
el primer trasplante de órganos entre humanos, en 1954, el cirujano Joseph E.
Murray, Nobel de Medicina en 1990, consultó a varios líderes religiosos:
"Parecía lo natural", ha dicho Murray. Es sólo uno de los múltiples
ejemplos del vínculo entre religión y ciencia. Un nexo tan vigente aún hoy como
encendidos han sido los debates sobre la investigación con células madre o la
enseñanza de la teoría de la evolución.
Para muchos, se trata de
asuntos donde no se mezclan la ciencia y la religión porque la primera utiliza
un método en teoría blindado a las propias creencias y porque va a lo que va,
sin dejarse influir por la segunda. La repercusión que ha tenido el libro
"El gran designio" de Stephen Hawking, sin embargo, hace pensar que
la muralla entre Dios y la ciencia es permeable.
La comunidad científica no
es un reducto social libre de religión. Tampoco hay algo así como una postura
científica oficial respecto a la cuestión religiosa. En 1997, un artículo en la
revista Nature recogía los resultados de una encuesta sobre creencias
religiosas de científicos: el 40% de los biólogos, físicos y matemáticos
consultados dijo creer en un dios al que uno reza "a la espera de recibir
respuesta". El trabajo, de Edward J. Larson (Universidad de Georgia),
reproducía otra encuesta similar de 1914, que daba cifras muy parecidas. No
todo el mundo acepta estos resultados, pero tampoco hay, o no se citan,
estudios más recientes del tema en publicaciones de renombre.
Lo que sí hay ahora son
científicos de prestigio que no sólo se declaran creyentes, sino que consideran
que hacerlo es casi un acto de rebeldía ante lo políticamente correcto en
ciencia (ser ateo). Para otros, en cambio, ser un investigador de primera fila
es simplemente incompatible con creer en Dios. También es animada la siguiente
cuestión: ¿tiene la ciencia algo que decir sobre la necesidad de Dios para
explicar el mundo? O esta otra: ¿hasta qué punto la religiosidad de una
sociedad influye en las conclusiones a las que llegan sus científicos?
DE NUEVO EN ESCENA.
"Dado que hay una ley como la gravedad, el Universo puede crearse de la
nada y lo hace", escribe Hawking. "La creación espontánea es la razón
de que haya algo en lugar de nada (...). No es necesario invocar a Dios para que
encienda la luz y eche a andar el Universo". En realidad, la postura de
Hawking no es nueva. En el prólogo de la primera edición de su obra superventas
"Breve historia del Universo", de 1988, el astrónomo Carl Sagan
escribió: "Hawking está intentando, como él mismo afirma, entender la
mente de Dios. Y esto hace que sea aún más inesperada la conclusión: un
Universo sin frontera en el espacio, sin principio ni final en el tiempo, y en
el que un creador no tiene nada que hacer".
La postura de Hawking
tampoco es nueva en la ciencia. Lo recuerda el cosmólogo británico John
Peacock, participante en un reciente congreso sobre cosmología: "Hace 200
años, el físico francés Laplace fue criticado por Napoleón por excluir a Dios
de su explicación sobre cómo se formó el Sistema Solar; la famosa respuesta de
Laplace fue: `No necesito esa hipótesis`. Hawking está aplicando la lógica de
Laplace a todo el Universo, en lugar de sólo al Sistema Solar, pero la cuestión
de fondo es la misma".
Ahora bien, Hawking no dice
que Dios no exista. "Es fácil imaginar una prueba de la existencia de
Dios", dice John Peacock. "Si mañana viéramos que las estrellas se
han movido para escribir en el firmamento el mensaje de que Dios existe, para
mí sería bastante convincente. Pero una prueba de la no existencia de Dios es
mucho más difícil de imaginar".
Sea o no difícil demostrar
que Dios no existe, ¿compete eso a los científicos? "La existencia de Dios
queda fuera del ámbito de la ciencia", dice Josh Frieman, investigador
implicado en las misiones espaciales que exploran la radiación de fondo del
Universo -una energía que llena todo el cielo y cuya existencia prueba que el
Universo que conocemos empezó a expandirse tras un Big Bang hace 13.700
millones de años. Por eso mismo, "las creencias de los cosmólogos no son
relevantes para su trabajo como investigadores; muchos cosmólogos tienen
intensas creencias religiosas, y muchos otros no".
Esa visión es compartida por
Evencio Mediavilla, que investiga sobre galaxias en el Instituto de Astrofísica
de Canarias: "A lo largo de la historia ha habido grandes pensadores y
científicos creyentes y no creyentes. Parece que ahora en la comunidad
científica hay una mayoría que se declararía indiferente o no creyente, pero no
pienso que sea incompatible ser un buen científico y creer en Dios. Son asuntos
separados".
DIOS Y EL BIG BANG. Ahora
bien, que la ciencia no pueda o deba buscar a Dios no significa que no pueda o
deba investigar qué ocurrió antes del Big Bang, por ejemplo. El único límite
para la ciencia es el propio método científico; todo lo que pueda ser sometido
a este método es territorio científico: "Lo importante es que la ciencia
descansa sobre fundamentos que se pueden poner a prueba
experimentalmente", dice Frieman. "Es legítimo que los cosmólogos
analicen qué pasó en torno al tiempo del Big Bang. Hawking y otros han
explorado teorías en las que el Universo se crea a partir de la nada; es una
posibilidad difícil de poner a prueba, pero viable. Por desgracia, nuestro
conocimiento hoy en día sigue siendo insuficiente para dar esta cuestión por
cerrada".
Pero el debate no acaba
aquí. Para algunos la necesidad de Dios emerge de la propia ciencia, y es
lícito que ésta intente responder a cuestiones religiosas. "Hoy parece que
hablar de Dios entre los científicos es una especie de herejía, pero lo cierto
es que la cosmología siempre ha sido, y sigue siendo, una ciencia muy cercana a
los límites, a las preguntas fundamentales que todos nos hacemos", comenta
Eduardo Battaner, astrofísico de la Universidad de Granada y autor de obras de
divulgación. "La postura que afirma que la ciencia no puede responder a si
Dios existe no me parece sincera. De hecho, hoy se sigue discutiendo si la
cosmología apoya una creación en el principio, o no. El Big Bang no demuestra
ni refuta la existencia de Dios, pero es un debate interesante y pertinente; no
estoy de acuerdo con eso de que la ciencia y la religión van por caminos
distintos, lo considero una pose: la cabeza es una sola, y todo, Dios y la
ciencia, pasan en la cabeza".
Battaner ve a Dios
"como una especie de razonamiento que puede salir de la ciencia".
"Tengo, desde luego, muchas dudas, pero me parece vislumbrar una necesidad
racional de Dios. No un dios que castiga a los malos y recompensa a los buenos,
sino un dios como una necesidad científica. Me convence el argumento de lo
contingente: el Universo podría no existir, yo podría no existir... es decir,
todos somos contingentes; debe de haber algo que no lo sea".
Francis Collins, director
del Instituto Nacional de Investigación en el Genoma Humano estadounidense,
cristiano declarado, tiene una opinión similar. "Este no debería ser un
tema tabú, pero a menudo lo es en círculos científicos", ha declarado a
The New York Times. Collins no cree adecuado mantener completamente separados
el trabajo como científico y las creencias religiosas. Pero esto no implica que
dude de hechos ya establecidos por la ciencia, como la evolución: "Pedir a
alguien que rechace las evidencias a favor de la evolución para demostrar que
realmente ama a Dios... ¡Qué elección más horrible!". En su opinión, Dios
hace falta para comprender al ser humano; sin él "no entenderíamos por qué
estamos aquí". "La ciencia no tiene poder para abordar estas
preguntas. Y ¿no son, al fin y al cabo, las más importantes que nos hacemos?".
Es cierto, dicen los
historiadores de la ciencia, que el trabajo del científico debió de nacer de la
misma curiosidad que hizo germinar la religión. Pero en cierto momento la
ciencia labró su propio camino. "En época de Newton no se podía pensar en
cuestiones científicas sin, tarde o temprano, llegar a la cuestión de
Dios", explica José Ferreirós, catedrático de Lógica y Filosofía de la
Ciencia de la Universidad de Sevilla. "La cosa dejó de ser así en el siglo
XIX, antes de Einstein. ¿Por qué cambió? Porque `Dios ha muerto` en la
sociedad, como dijo Nietzsche. El desarrollo de la ciencia y de la filosofía
moderna tuvo mucho que ver con esa muerte, pero también la Revolución Francesa,
el fin del Antiguo Régimen". Según él, "el tema religioso es hoy más
que nada un asunto privado".
No deja de ser curioso que
la teoría del Big Bang la propusiera precisamente un sacerdote. En 1927, el
belga Georges Lamaitre postuló que el Universo está en expansión y que, por
tanto, debió de haber un comienzo. Lamaitre describió su teoría como "un
huevo cósmico explotando en el momento de la creación". Pocos años
después, el astrónomo Edwin Hubble observó que, efectivamente, las galaxias se
alejan entre sí. Pero durante la mayor parte del siglo XX, y hasta que hace
unas décadas las pruebas a favor del Big Bang empezaron a considerarse
irrefutables, la idea de que hubo un tiempo cero fue muy discutida, entre otros
por el prestigioso físico Fred Hoyle, precisamente el autor del término Big
Bang, que defendía un Universo sin principio ni fin y que vinculaba el éxito
del Big Bang precisamente a su buen encaje con la idea religiosa de creación.
OTRAS INTERFERENCIAS. En
cualquier caso, no es la cosmología la única rama de la ciencia que roza la
frontera con la religión. La vida y su origen son otro frente abierto. En una
obra reciente el Nobel de Química Christian de Duve, "La vida en
evolución: moléculas, mente y significado", explica cómo ha llegado a la
conclusión personal de que "el diálogo entre ciencia y religión es
imposible" y dice que la segunda rechaza los descubrimientos de la
primera.
Quizás, sorprendentemente,
la matemática es otra de las áreas donde el debate ciencia-religión es más
activo. "Los matemáticos discrepan sobre si las matemáticas son un
constructo humano o si se descubren porque ya estaban en la naturaleza (¿dadas
por Dios?)", señala Manuel de León, director del Instituto de Ciencias
Matemáticas. "Creo que las descubrimos aunque les demos una determinada
forma que puede diferir de unos a otros, y las descubrimos porque son al final
las leyes que rigen el Universo; esa física que Hawking aduce como causa de la
creación del Universo se expresa en términos matemáticos". Y está la
admiración ante la belleza, "esa sensación estética que a algunos les lleva
a considerar las matemáticas como la verdad última", dice De León.
Y, cómo no, a la cuestión
ciencia-religión no le falta un toque irónico: ¿Qué pasa cuando los científicos
ocupan en la sociedad el papel de... sacerdotes? O sea: ¿Por qué lo que dice
Hawking va a Misa? "La opinión de un científico acerca de este tema no
tiene por qué ser a priori más interesante que la de cualquier otra
persona", dice Evencio Mediavilla. "Sería infantil crear una iglesia
de científicos no creyentes".
Investigación, hallazgos y
trascendencia
"Cuando has tenido por
primera vez delante de ti estos 3.1 billones de letras del `libro de
instrucciones` que transmite todo tipo de información y todo tipo de misterios
acerca de la humanidad, eres incapaz de contemplarlo página tras página sin
sentirte sobrecogido. No puedo ayudar, sino admirar estas páginas y tener una
vaga sensación de que eso me está proporcionando una visión de la mente de
Dios". La cita perteneces a Francis Collins, el científico que lideró el
equipo que descubrió el genoma humano.
A sus 56 años, Collins
relató en su libro "El lenguaje de Dios" cómo se convirtió desde el
ateísmo cuando tenía 27 y explica que hay bases racionales para reconocer a un
creador, aunque afirma que la ciencia no debe usarse para refutar esto porque
en realidad está confinada a su mundo "natural".
Con su libro editado en
2006, Collins se une a un grupo de científicos cuyos descubrimientos han
contribuido a reafirmar su fe en Dios. Albert Einstein, que reformuló la física
vigente desde Isaac Newton, escribió al respecto que "no hay duda de que
la ciencia no refutará nunca la doctrina de un Dios personal que interviene en
los acontecimientos naturales, donde esta doctrina siempre puede afianzarse en
aquellos campos en los que aún no ha sido capaz de afianzarse el conocimiento
científico".
Y el mismo Newton afirmaría
cuatro siglos antes que "el sistema más bello sólo podría proceder del
dominio de un ser inteligente y poderoso". El físico estadounidense Steven
Weinberg, ganador en 1979 del Premio Nobel de Física, sostuvo que "con o
sin religión, la gente buena hará el bien y la gente mala hará el mal, pero
para que la gente buena haga el mal, hace falta la religión".
csl.
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