Dios nos libre del día de las alabanzas, podría ser
perfectamente un frase de José Luis Sampedro. Se nos ha ido una referencia
sincera, alguien a quien la moda, la publicidad, y otras artimañas del sistema
no distraía, por eso sentimos ese vacío, porque su lucidez nos hacía de guía.
Un humanista en estricto sentido de lo humano, desde lo
humano y para lo humano, un hombre bueno y comprometido, por esa razón no podía
quedarse callado, sin embargo no hería con la defensa de sus convicciones y sufría
y las defendía con su vehemencia. Hoy somos algo menos.
Su escenario no era el circo y cuidadosamente encargó a
Olga su compañera y a su hija Isabel que no cediera ante la presión de lo
arrebatador y mediático en que algunos transforman estos acontecimientos.
Murió la madrugada del Domingo a Lunes, a la primera
hora, la una y nos enteramos hoy Martes a las 11:00. El amor es el amor y a Olga
e Isabel las protegió escribiendo su voluntad de estricta discreción.
Da un poco de desolación pensar que Sampedro ya no está. Que
de su experiencia de acomodarse en la orejera con lo más práctico para
escribir, cobrara tanta vida. Aquella tabla, retal de no sé qué, tan antiestéticamente
formal, que humildemente sirvió a la sonrisa etrusca y tantas y tantas ideas
plasmadas y descartadas.
Su mayor enfado contra la ignorancia; su mayor temor, que
la ignorancia se encuentre con la mediocridad y el poder; con aquél falto de
personalidad que se subordina porque su carencia de talento no le permite mejor
ocurrencia.
Un humanista agradecido y un poco más huérfano.
csl.